Artículo de interés: Las escuelas de "los cagones"

Las madres de antes, madres de familias numerosas, ocupadas todo el día con el trajín de la casa, compaginando un sinfín de tareas con el cuidado de los hijos pequeños, estaban obligadas a enviarlos a la escuela de "los cagones". Llamadas así porque la mayoría de sus alumnos, al ser tan pequeños, aún no controlaban totalmente los esfínteres, por lo que vestían un pantalón culero abierto por detrás para facilitarles las necesidades.

 

Más que escuelas, se les podría denominar guarderías. Se encontraban ubicadas en casas particulares y estaban a cargo de su dueña, habitualmente viuda, que cobraba una cantidad mínima por ocuparse de los niños.

 

Esta persona no disponía de ningún título oficial de Magisterio, pero era conocedora de los más elementales conocimientos de primeras letras y números. Su cometido era “retener” y entretener a los pequeños hasta que cumplieran los seis años, edad para comenzar la educación en las escuelas públicas

 

Solamente, he obtenido datos de algunas. Por ejemplo, en los años 50 había una escuela en la calle Arriba, en la casa particular de “Doña Petra”, viuda de don Antonio Fernández, un maestro represaliado en la Guerra Civil.  

 

Más tarde, en la década de los años 60, había dos de estas escuelas: la primera de ellas estaba también en la calle Arriba, en la casa de la “Señora Elena”, a la que asistían los niños que vivían en las calles aledañas de la Iglesia. Elena era una mujer viuda, vestida siempre de luto y con un pañuelo negro cubriéndole la cabeza, con el pelo encanecido y recogido en un moño. Era querida por todos, con una paciencia infinita, daba la lección a cada niño sentada en su sillón negro de enea. Les hacía contar con palotes y escribir las primeras letras sobre puntitos. Vivía con su hijo Joaquín, un niño grande que jugaba con todos. La segunda era la escuela de la “Alfonsita”, en las Traseras de Portugal, a la que asistían los niños de la zona.

 

Una vez habían desayunado, los niños se encaminaban a la escuela para pasar gran parte de la mañana jugando, aprendiendo las primeras letras y haciendo cuentas como buenamente podían y se les enseñaba. Cada niño llevaba una sillita de madera donde poder sentarse a recibir la lección. El material escolar también lo llevaba cada uno de su casa. Consistía en una pizarra, un pizarrín y un pedazo de tela para borrar y, los que podían permitírselo, llevaban una cartilla de rayas, algún cuaderno Rubio y un estuche de madera de dos pisos, llenos de lápices y rotuladores.

 

En este tipo de escuelas no existían las vacaciones, estas maestras tenían que cobrar todos los meses, por lo que asistían durante todo el año. Cuando hacía calor, se sobrellevaba jugando y aprendiendo en el patio de la casa, con paredes de tapia y tamujo encima de ellas. En los días de lluvia y frío, iban al comedor de la casa. Tiempo de sabañones en las orejas, de tos y “constipaos” y, con ello, los mocos, las velas permanentes en la cara y las mangas de los jerséis duras como piedras al ser utilizadas de pañuelos. ¡Claro! no tardabas mucho en escuchar: ¡Niño, cuando salgas de la escuela, prepárate, hay que ir a ver a Don Eulalio, el practicante, a que te ponga la inyección!

 

Escuela de Magdalena Sánchez

Escuela de Petra Sanz

Francisco Sánchez García

Cronista Oficial de la Villa

Enero de 2024

 

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