Sexta píldora histórica contra el coronavirus

Hola a todos. Un día más os traigo la píldora histórica que hoy toca.
Espero que hayáis pasado un fin de semana entretenido en casa.
Mucho ánimo,
Celia (:

PÍLDORA DE HISTORIA CONTRA EL CORONAVIRUS (6) 

Nota.- El relato de hoy fue escrito hará unos tres años a petición de Josefa Ordoñez Mera, nieta de Daniel Ordoñez Vivas, la cual me dio una carta donde contaba haber caído prisionero de los Tagalos en el transcurso de una batalla en la guerra de Filipinas en 1898.  

Me pidió, si era posible, reconstruir su periplo vital desde su partida de Villagonzalo hasta su regreso de la guerra de Filipinas. Al principio me pareció una labor imposible, pero rastreando en varios archivos militares españoles conseguí dar con su pista en todos los lugares donde estuvo destinado en Filipinas, el combate donde fue hecho prisionero y, por último, su fuga y regreso a España.  

Como iba a ser dado a conocer a toda la familia Ordóñez Mera, el relato fue escrito en primera persona, intentado dar más realismo a las penalidades pasadas por este vecino. ……………………………………………………………………………………………. 

CANTO CONTRA EL OLVIDO 
Me llamo Daniel Ordóñez Vivas, nací en Villagonzalo el diez de abril de 1875 en el seno de una familia de pequeños labradores compuesta por Juan y Nicolasa. 

Junto a los mozos de la quinta de 1894 fui sorteado para incorporarme a filas, con la gran suerte de salir excedente de cupo y, por lo tanto, quedando exento de ir al servicio militar.  

Pero mi alegría duró poco y mi vida descarriló por completo. ¿El motivo? Que muchos de los mozos sorteados en otros lugares de España pagaron las dos mil pesetas necesarias para evitar cumplir con la Patria y, en su lugar, reclutaron a otros, entre los que yo me encontraba.  


Como he dicho, al no poder mis padres redimirme pagando esa cuota establecida al efecto, fui declarado útil y llamado a filas en el mes de octubre del año de 1896, incorporándome como recluta en la 2ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento de Infantería de Saboya número 6, con sede en Madrid. Hasta este momento, toda mi infancia y juventud había transcurrido en el pueblo, jamás había salido a otro lugar.  

Para colmo de males, el aumento de conflictos en las colonias españolas de ultramar, obligó al Gobierno a enviar una gran cantidad de soldados para sofocar la insurrección, por lo que fui adscrito a la 1ª Compañía del Batallón de Cazadores Expedicionario nº 15 con destino Manila, en la isla de Luzón, la mayor de las casi mil que forman parte del archipiélago filipino. 

El día 14 de diciembre, cuatro Compañías de dicho Batallón compuesto de un jefe, siete oficiales y seiscientos setenta y ocho soldados, fueron concentradas en Guadalajara. Allí me entregaron un fusil Máuser de 7 mm con el que se suponía debía hacer blanco en el enemigo, ¡yo que no había disparado en mi vida¡. Además recibí dos uniformes, única y perenne vestimenta, a los cuales zurcí insistentemente hasta mi regreso. 

Una vez uniformados, todos partimos en ferrocarril hacia el puerto de Valencia para embarcar con destino a Manila. ¡Dios¡ ¡cuanta agua¡. Ver por primera vez el mar me causo una gran impresión, la misma que volví a sentir cuando embarque en el vapor “Montevideo”, ¡eso era un barco!. 

Vapor "Montevideo" en el que embarcó en el puerto de Valencia el 18 de diciembre de 1898

La travesía discurrió durante treinta largos días, surcando el mar Mediterráneo, cruzando por el Canal de Suez para aparecer en el mar Rojo y, de allí, el peligroso Océano Índico hasta llegar a Filipinas. No puedo decir que fue un viaje apacible, una vez en mar abierta, un tifón, con fuertes vientos y lluvias torrenciales, nos acompañó en el último tramo del camino. 

Junto al resto de la tropa desembarqué en la Plaza de Manila el sábado 16 de enero de 1897, donde estuvimos unos días hasta conocer destino. Mi Compañía fue destinada al  fuerte de “Bilo Bilog” en la provincia de Batangas, al sureste de la capital, en la misma isla de Luzón. 

En el mes de febrero de 1898, por orden superior, me incorporé al Batallón de Cazadores nº 12 embarcando nuevamente en un vapor, esta vez en el 
“Uranus”, con destino a la cercana ciudad de Santa Cruz de la Laguna a orillas de la laguna de Bay.  

Pronto me acostumbre a la rutina. Los días sin nada que hacer los pasaba tumbado exhausto en la hamaca intentando recuperar fuerzas. Los otros, cuando más nos acosaba el enemigo, salíamos de expedición para enfrentarnos a ellos, abriéndonos camino a golpes de machete, siempre ojo avizor por los peligros que entrañaba la selva. 

También me acostumbre a convivir con la muerte, diariamente morían compañeros, más por enfermedad que por heridas de guerra. Ante la escasez de alimentos frescos, beber agua estancada y ser blanco de los mosquitos, los hombres caíamos enfermos y la enfermedad se propagaba rápidamente en forma de epidemia, ya fuera malaria, disentería, escorbuto o beri-beri. Todas ellas causaban verdaderos estragos entre la tropa con fiebres altas, extremidades hinchadas, intestinos abultados, diarreas constantes, úlceras... 

En el mes de mayo, llegó la noticia de que estábamos en guerra con los Estados Unidos, cuyo ejército estaba atacando y sitiando Manila. ¡Ahora tocaba batirse con dos enemigos¡. Y en esas estábamos cuando el día 2 de junio de  1898 salí del cuartel formando parte de una columna que mandaba el capitán don Ángel Sequeras, compuesta por 46 hombres entre europeos e indígenas, con dirección al pueblo de Calambá. Como medida de precaución en vanguardia iban el teniente Pagés, el sargento Ferro y catorce soldados. 

Durante el trayecto no fuimos molestados por los insurrectos, pero al llegar al sitio llamado Guaquit, con mucho bosque a derecha e izquierda, la vanguardia fue recibida con descargas de fusilería procedentes del bosque donde se hallaban escondidos los rebeldes, unos cuatrocientos tagalos armados con rifles mauser y armas blancas, metidos en zanjas. 

En la primera descarga por sorpresa, casi toda la vanguardia salió herida, entre ellos, los dos oficiales y varios soldados. Aun así se sostuvo el fuego con toda la fuerza, durando tres cuartos de hora, hasta que el capitán ordenó tocasen ataque que, aunque secundado por todos, resulto imposible el avance por el excesivo número de los rebeldes. Entonces el capitán dispuso el regreso al pueblo más cercano, llamado Pila. Cargando con los heridos, los muertos y el armamento sobrante y los pocos soldados ilesos para contener al enemigo, se hizo difícil la marcha. 

Sin embargo, la columna consiguió llegar a la divisoria de Pila y Calamang, lugar donde fuimos otra vez atacados recibiendo varias descargas de fusilería que imposibilitaban nuestra retirada. El capitán Sequeras dispuso el repliegue en la cuneta del camino inmediato a un puente y allí estuvimos contestando toda la noche al fuego enemigo, esperando el auxilio que había pedido a la cabecera por su asistente, soldado indígena que no pudo llegar por haberle asesinado los insurrectos como se supo después.  

Al amanecer del día tres, fuimos nuevamente atacados por otra partida encabezada por Quindayoni de Bay, que hicieron varias descargas en dirección al hueco de la cuneta donde nos encontrábamos. Con pocos soldados ilesos, escasas municiones y sin esperanza de auxilio, a las once de la mañana, el capitán despreciando el peligro ordenó romper a bayoneta la línea enemiga por diferentes lados. Nada se pudo hacer, caímos todos prisioneros y heridos algunos soldados, entre ellos el capitán y el teniente. 

Las bajas de nuestra columna fueron 23 muertos, 14 heridos y dos desparecidos. Las del enemigo no pude contarlas al estar preso, pero por el camino vi muchos muertos y heridos, además por referencia de ellos mismos, decían haber padecido muchas bajas. 

Esta batalla ocurrió dos meses antes de finalizar oficialmente la guerra con los Estados Unidos, el trece de agosto de 1898, día que se entregó Manila. De no haber caído prisionero, hubiera embarcado de vuelta a España con el resto del ejército vencido, pero desgraciadamente para mí comenzaba la amargura del cautiverio. Dicen que los de Baler fueron los últimos de Filipinas, ¡no es cierto¡, ellos llegaron a Barcelona el 1 de septiembre de 1899, ¡yo llegue 433 días después¡ 

El tiempo que estuve cautivo fue muy duro, trabajé como esclavo en un poblado tagalo sobreviviendo en unas pésimas condiciones físicas, malcomido, famélico, consumido por la anemia, con la angustia de que te fusilaran en cualquier momento, ¡abandonado en el fin del mundo¡. 

Al encontrarme tan aislado en una zona montañosa y de extensa selva, nunca supe que la guerra hubiera terminado. Además todo se complicó con el inicio de hostilidades entre los insurgentes filipinos y los Estados Unidos, obstaculizando, aún más si cabe, una posible localización y repatriación de prisioneros españoles. Todo ello unido a la desidia y el desinterés del gobierno español que se despreocupó de rescatar a los más de cinco mil soldados que estábamos diseminados en pequeñas guarniciones aisladas, desconocedor de la situación en que nos encontrábamos, si estábamos vivos o muertos.  

Una noche de agosto de 1900, harto de esta miserable vida, junto a dos compañeros, escapamos adentrándonos en la selva. Comiendo hierbas y frutos, con todo el cuerpo destrozado por los cortes producidos, caminamos a ciegas, perdidos dando vueltas en círculo cerca de cuarenta días, lo sé por las muescas hechas con una pequeña navaja en el garrote donde me apoyaba. Hasta que una mañana, el destino se apiadó de nosotros, y aparecimos en una playa, donde fuimos divisados y recogidos por un barco destino a Manila. ¡Hacía más de un año y medio que la guerra, mi guerra, se había acabado¡. 

En Manila pude embarcar en el vapor correo “Antonio López” con destino al puerto de Barcelona, donde llegué el 7 de noviembre de 1900. En tren emprendí el viaje de regreso al pueblo, lugar de donde partí cinco años antes.  

Vapor "Antonio López" donde embarcó con destino Barcelona en octubre de 1900

Después de tantos años soportando penalidades, hambre y enfermedades; sobreviviendo en un clima inclemente que todo lo pudría, no hubo un recibimiento especial para este pequeño héroe ¡ni cohetes, ni música¡. Bien se sabe que la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana.  

Hoy, sentado al calor de la lumbre, soy consciente de que nada volverá a ser como antes, aquel muchacho que un día partió del pueblo se quedó en la otra parte del mundo. La convivencia diaria con la muerte me había transformado en otra persona, ya no era aquel joven labrador con ganas de trabajar y divertirse.  

Lo que hice por España y como me devuelve ésta, en un estado físico lamentable, tullido de los pies, con las manos inservibles y con el vientre hidrópico. Tengo el sabor agridulce de haber participado en algo grande y, sin embargo, soy un olvidado de la Patria por la que luché, cautivo en un país que ya no era el mío, ignorado y despreciado por un gobierno que me ahora me niega el pan y la sal de un sueldo. Pienso en voz alta lo rápido que es el olvido, como los años cubren la memoria de sucesivas capas polvo, amarilleando los recuerdos, haciéndolos opacos.  

Nota.- Daniel consiguió la licencia absoluta del servicio militar el 31 de marzo de 1905, con el sello del Comandante don Claudio Orejuela Fernández. En su historial aparece la concesión de la Medalla de Sufrimiento por la Patria (1901), cuando ya se le había considerado uno de los caídos de la contienda. Nunca supo de pensión alguna, ni fue reconocido como uno de los héroes que combatieron en ultramar.  Se casó con su novia Isabel, con la que tuvo un hijo.  

Francisco Sánchez García 
Cronista Oficial de Villagonzalo 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“EL PRIVILEGIO DE VILLAZGO” ALGO MÁS QUE UN ÉXITO

VII MATANZA DIDÁCTICA Y DÍA DE MIGAS

IMÁGENES DEL DÍA DE LA MATANZA Y MIGAS

JUEVES MÁS QUE CULTURAL.

"EL PRIVILEGIO DE VILLAZGO" ARRASA EN 'TAQUILLA'